No pude pegar ojo en toda la noche; es más, estaba inquieta desde que supe que iba a hacerlo. Sentía un miedo horrible. Miedo al fracaso. Al ridículo. Me despertaba recordando una y otra vez las palabras exactas que tendría que decir llegado el momento. Repasaba mentalmente mis notas. Subrayaba las ideas importantes. No quería que se me pasara nada.
Me levanté horas antes de lo habitual. Ya había pensado qué vestir para la ocasión. Nada complicado. Desenfadado pero sin dejar de ser elegante. Justo para la ocasión.
Llegué puntualmente. Las últimas ojeadas a los apuntes. Una tila doble. Los nervios comenzaban a aflorar. Un trocito de bizcocho. Cierro la pantalla del portatil.
Las pruebas numeradas. Que no se olvide nada. Salgo. Voy paseando hacia el Juzgado. Recuerda: "eres mejor que cualquiera de los que hay en la Sala, puede que tengan más experiencia, pero sólo eso; eres mejor. No te olvides. La cabeza fría y piensa en lo que dice la otra parte. No te centres en lo que tú quieres decir". (Gracias)
Se retrasan. Miro el reloj mil veces. Me llega un mensaje de ánimos. Llegan. Entramos. Hay que esperar. Quedan cinco por delante. Preparamos el interrogatorio.
Los nervios van y vienen cada vez que entra y sale un nuevo grupo a la Sala.
Nos llaman. Letrada. Me pongo la toga. Creo que me tiembla el pulso mientras saco mis papeles y me dispongo a empezar. Me siento cómodamente. Respiro profundo. Bebo un pequeño sorbo de agua. Le digo mi nombre a la jueza. Ya no hay marcha atrás. Sola ante el peligro. Respiro nuevamente. Me tranquilizo. Puedo hacerlo.
Miro a la Sala. Me encuentro más relajada. Habla el demandante. Mi turno. Me sereno. Adopto una actitud seria y en un tono más calmado de lo esperado noto cómo las palabras van fluyendo poco a poco. Me opongo. Pruebas. Las impugnan. Trato de rescatar algunas en el interrogatorio. Me siento un poco perdida. Vuelvo a beber agua. Conclusiones. Me noto cómo me tiembla la voz. Me relajo y vuelvo a hablar pausadamente. Se terminó.
Firmamos. Salimos contentos. Comentamos el resultado.
Vuelvo al despacho. Todos se interesan por cómo ha salido. Me siento contenta. Estaban preocupados. Mejor de lo previsto, pero aún hay que esperar al fallo. Esperemos que haya suerte.
Una llamada inesperada: "felicidades". Me sorprende.
Una gran sonrisa en mi cara por haber superado la prueba. Mi primer juicio. Aún no me lo creo.
Me gusta. Me siento bien. Me siento útil. Me siento pequeña y a la par grande. Me siento yo. Me siento fuerte y débil. Me siento orgullosa. Me siento crecer. Me siento aprender. Me siento querer más y más. Me siento con mucho camino por recorrer.
Un pequeño gran paso que me ha costado dar casi tres años y que hace unos meses ni siquiera me planteaba dar. Nunca se sabe. Termino la carrera diciendo firmemente que jamás me dedicaría a la abogacía y mira por dónde...¡me encanta!
Me encanta esa sensación de nervios, las palabras haciendo cola en mi garganta deseosas de salir, las caras de las personas, los gestos, las voces, el juez, las formalidades, el ritualismo del proceso, la espera, el estudio, la alegría de saber que las cosas han salido bien, el desafío, las ganas de luchar hasta el final, la adrenalina, la confianza que ponen en ti otras personas, la justicia y la injusticia, las sorpresas, etc.