martes, 1 de julio de 2008

El niño y el globo



Una soleada mañana de verano, el pequeño "Y" se levantó de la cama. Hoy era un día muy especial para él, hacía meses que su padre le había prometido pasar un día familiar en el zoo de la ciudad vecina.

"Y" amaneció con una inmensa sonrisa en su cara, llevaba meses preparando ese momento; quería que su padre se sintiera orgulloso de él, por lo que se había pasado las últimas semanas estudiando a cada uno de los animalitos que visitarían ese día, para tratar de impresionar a su ocupado progenitos. Había entrado en la web del parque y estudiado el recorrido sin olvidar el más mínimo detalle.

Se levantó de un salto y corrió rápidamente hacia el baño; quería tener listo el desayuno favorito de su papá antes de que éste se despertara. Así que, sin más dilacion, se dirigió hacia la cocina, y con sus pequeñas manitas comenzó a preparar una suculenta comida. No quería que faltara nada: café, zumo de naranja, tostadas con mantequilla y mermelada de fresa (la favorita de papá, se dijo a sí mismo mientras terminaba de untar el segundo panecillo).
Todo estaba a punto para ir al zoo.

Llegaron a la hora prevista, a papá no le gustaba perder el poco tiempo del que disponía los fines de semana. Compraron las entradas y acto seguido se dirigieron a la jaula del león. A "Y" le impresionaban sus enormes colmillos, su sedosa melena, y aquellos rugidos tan fieros; pero, justo en el momento en el que se acercaban al rey de la selva, una anciana se cruzó delante de nuestros personajes, sujetando en su mano un montón de preciosos globos de colores.

"Y", que tanto tiempo había estado esperando ver a su animal favorito, quedó anonadado por la belleza de aquellos objetos, bailando al compás del viento. En ese instante, ni siquiera el rugido del león podría haberlo sacado de su ensimismamiento. Su padre, al ver la carita con la que observaba los globos optó por comprarle uno, lo merecía. "Y" no sabía cuál elegir, pero finalmente, decidió que la mejor elección sería el rosa; sus formas eran perfectas, su color brillante, era el más grande de todos los globos atrapados en aquellas arrugadas manos. Su padre sacó una moneda del bolsillo y se lo dió a la mujer.

"Y" volvió a casa, muy contento tras la jornada que había pasado en el zoo, quería ir a visitar a su vecino para contarle todo lo que había visto durante el día, pero no le hablaría de los animales del zoo, el únicamente tenía en su cabeza aquel cuerpo flotante, atado a su muñekita con un fino cordel, con ese color que tanto había atraído su atención.

Durante las siguientes semanas, "Y" cuidó cuidadosamente el globo, para que no perdiese todas aquellas cualidades que hacían que fuera el regalo más especial que había recibido en sus seis años de vida.

Cuando veía otros globos, se recogijaba, pensando en lo hermoso que era el suyo, sus colores, su forma, su textura...No podía haber en el mundo un globo igual, se decía una y otra vez.

Pero el tiempo fue pasando, y aquel cariño y admiración, pronto se transformaron en resignación y monotonía; pese a que sabía que ningún globo podía compararse jamás al suyo, el color se le aparecía apagado y con falto de gracia; las cualidades que en su día tanto había admirado, se desvanecieron.
Al no cuidar al precioso globo, éste fue deshinchándose poco a poco; "Y" sabía perfectamente donde se encontraba el pequeño agujero por el que había comenzado a escaparse el helio, y de vez en cuando colocaba uno de sus deditos en la apertura, impidiendo que el aire saliese y el globo fuera haciéndose cada vez más pequeño. Pero, pese a su conocimiento, "Y" dejó descuidado el globo, y éste dejó de conservar su tamaño original, cada vez fue haciéndose más chiquitito y perdiendo aquel brillo que lo diferenciaba del resto. Se fue consumiendo ante la ausente mirada del niño.
Cuando sólo quedaba un soplo de aire en su interior, "Y" se dio cuenta de que nunca debió haber dejado que su preciado regalo se esfumase, pero ya era tarde. Intentó presionar el pequeño hueco por el que se escapaba sin resultado alguno.

El globo se desinfló, perdiendo altura y alcanzando el suelo, consumido, arrugado, envejecido, como las manos en las que por primera vez lo vio.

2 comentarios:

Navin dijo...

Me gusta mucho la historia. Siempre admiramos y queremos lo que tenemos, lo cuidamos y tratamos con mimo, pero luego a medida que pasa el tiempo lo vamos abandonando, sin poner el suficiente cuidado, aun sabiendo que algo va mal. Al final, es demasiado tarde para hacer cualquier cosa. Hay que tener siempre claro qué es lo que queremos en nuestra vida, y por lo que queremos luchar.

José Luis Labad dijo...

Sólo las palabras que nacen del fondo del alma, son etéreas e imborrables, son siempre, un ínfinito plagado de vocablos sin extensión, interminables y bellos como los tuyos.

Gracias por enseñarme el alma.

LO imborrable